El doblaje, ¿cuestión de acento?

Entre los aficionados al cine hay una pequeña batalla constante entre los que prefieren ver una película doblada a su propio idioma o en versión original. España fue pionera en doblaje. El primer filme doblado a español fue Río Rita(1929), solo dos años después de la primera película sonora y en 1933 se fundaron los primeros estudios de doblaje.

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Además, está considerado por muchos como el mejor doblaje del mundo. Muchos actores, como Bruce Willis o Clint Eastwood, suenan mejor con voces dobladas (Ramón Langa es incluso famoso por ser la voz de Willis). Los profesionales españoles han sido garantes de la buena dicción e interpretación vocal.

Si no se domina un idioma lo suficiente -y con subtítulos, a no ser que seas un superhéroe de Marvel, no se pueden ver todos los detalles de una imagen y leerlos al mismo tiempo-, el doblaje es un mal menor, a pesar de haber pérdida (oír como el actor interpreta sus frases o escuchar las palabras exactas que el guionista escribió).

Entiendo inglés perfectamente, pero recientemente no pude evitar ver una de mis películas favoritas, Blade Runner(1982) en español. La voz del replicante interpretado por Rutger Hauer fue doblada en España por Constantino Romero, famoso, sobre todo, por presentar concursos televisivos.

Es parte de la magia del cine, donde la suspensión de incredulidad manda, olvidar que lo que vemos no puede pasar (¿un holandés en Hollywood hablando con acento de Castilla y Leon?). Quien haya intentado hablarle a su hijo en inglés para que lo aprenda diciéndole “I love you”, sabe que no es lo mismo que “te quiero”.

El oír nuestra lengua materna despierta unas sensaciones más profundas y las amplifica. También los insultos son más variados y expresivos, no como en inglés, donde todo son F-words y la Sh- word. En Blade Runner, en el famoso discurso donde del replicante Roy al final, uno de los momentos más emocionantes del cine, en ningún momento pensaba en el bigotudo y archiconocido Romero, sino en el efecto de las palabras percutiendo el oído directamente, en mi misma jerga.

Por otro lado, el sentir como natural que John Wayne en sus películas del Oeste hablara como alguien del centro de España, es porque lo llevo haciendo desde niño. Se siente natural. Por la misma razón, cuando vi Avatar en un cine de Ecuador, doblado al llamado español latino, la suspensión de incredulidad saltó por los aires de Pandora. Suena bastante a español mexicano, por lo que me pasé la película pensando en mariachis y quesadillas.

Y al salir del cine le dije a la persona con quien estaba cuando se iba, “¡ándale, ándale!” con acento pseudo-mejicano. Este español es un invento de los estudios de Hollywood para vender películas en Latinoamérica, que ignora la riqueza del idioma en sus variedades regionales.

Tiene una entonación artificiosa y sin alma y emplea un número limitado de palabras y expresiones que son comunes a buena parte de Hispanoamérica. Olvida el español porteño de Argentina y Uruguay, y la belleza lingüística del castellano del magnífico cine de México o Argentina. Sin matices. Pero el cine es arte y arte sin matices es como casarse y no deleitarse en los ornamentos. De niño, vi muchas series y dibujos animados americanos de los años 60 con doblaje mejicano (Tom y Jerry, Súper Agente 86…).

Pero ese acento sí sonaba genuino y, al crecer con ellos, no podría verlos ahora con acento peninsular. En algunos casos el doblaje es especialmente preferible, como en películas ambientadas en países hispanos, como El Cid, donde Charlton Heston interpreta al héroe castellano medieval con inglés americano.

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O en películas de la antigua Roma, al fin y al cabo, el castellano es latín evolucionado (en Gladiator, el protagonista es incluso de Hispania (España). Así como las madres cuentan historias a sus bebés, ver una película en nuestra lengua materna puede ayudar a conectar, como con un cordón umbilical, con los mensajes del arte audiovisual de una manera primordial.

Por: Alejandro Ruiz Mulero

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