La segunda generación y la búsqueda de identidad

Por Gustavo Portugal

¿Dónde se encuentra el equilibrio entre la identidad heredada y la identidad adquirida en la segunda generación de inmigrantes? Una pregunta que muchos hispanohablantes se hace a menudo o, en algún momento de su desarrollo en un lugar lejano de sus raíces, de las de sus padres y familias, navegan entre culturas, aprendiendo de todas ellas y sintiendo aún que en sus venas está el llamado, vibrante y fuerte de sus orígenes.

Hace tiempo, conversando con un grupo de amigos latinoamericanos, entre ellos escritores, guionistas y actores, surgía siempre una pregunta que me ronda aún en la cabeza: ¿Dónde se encuentra el equilibrio entre la identidad heredada y la identidad adquirida en la segunda generación de inmigrantes?

Mi gran amigo y escritor peruano Gunter Silva Passuni, originario de los valles del café de la zona de Chanchamayo, en el centro de Perú, me ha ayudado a reflexionar sobre esta cuestión. Desde hace mucho tiempo, italianos, franceses y asiáticos han emigrado a esas tierras, contribuyendo a la diversidad cultural de la región. Passuni es un apellido italiano, y las raíces de Gunter por parte de su madre provienen del norte de Italia.

Aún más profundo en el valle de Oxapampa, se encuentra una gran comunidad germano-austriaca, cuya influencia es evidente en la arquitectura del lugar, especialmente en Villa Rica, en la región de Pasco. Este mosaico cultural me lleva a preguntarme cómo se transmiten las identidades de generación en generación y cuáles son los factores que determinan la percepción de la identidad en los descendientes de inmigrantes.

Recientemente, trabajando en un proyecto, conocí a un joven que, por su acento, asumí que era inglés, londinense. No le hice de inmediato la pregunta que suelo hacer: “¿De dónde eres?” Pero al escucharlo hablar en francés, la curiosidad me ganó y le pregunté por su origen. Su respuesta me sorprendió: “Soy de Argelia”.

Me intrigó porque su inglés era perfecto. Le pregunté si había vivido en Argelia y me respondió con naturalidad: “No, nunca he estado allí. Nací y crecí aquí, en Londres”.

Esa situación la he visto repetirse con otros jóvenes de origen latinoamericano y africano. Hijos de inmigrantes que nunca han pisado la tierra de sus padres, pero que, cuando se les pregunta por su origen, identifican su nacionalidad con la de sus progenitores. En contraste, hay otros que se sienten completamente británicos, sin ninguna conexión con la cultura de sus padres.

Un legado de herencia

Este dilema me hace reflexionar sobre el concepto de identidad y pertenencia. En mi caso, nací en Perú, pero llevo más tiempo viviendo en el Reino Unido que en mi propio país de origen. A pesar de eso, no dudo en decir que soy peruano. Pero, ¿Cómo se siente alguien que ha nacido aquí, que no conoce la tierra de sus padres, pero que sigue identificándose con ella?

En la comunidad latina en Estados Unidos, este fenómeno está ampliamente documentado. La lucha entre la cultura del país de nacimiento y la herencia de los padres es constante. En Europa ocurre algo similar, pero con matices diferentes. En el Reino Unido, donde se hablan más de 300 idiomas en los colegios, la diversidad cultural es evidente, pero la cuestión de la identidad sigue siendo compleja.

Entonces, ¿Qué define nuestra identidad? ¿Es el lugar donde nacemos, la cultura con la que crecemos, el idioma que hablamos o la historia que nos precede? La influencia de los padres es innegable, pero también lo es la de la sociedad en la que se cría un individuo. La segunda generación vive en un constante equilibrio entre estos dos mundos, a veces inclinándose hacia uno, a veces hacia el otro, y en ocasiones encontrando un punto intermedio.

Estas preguntas no tienen respuestas absolutas, pero son esenciales para entender la evolución de nuestras comunidades en el exterior. Lo importante es reconocer que la identidad no es un concepto estático, sino una construcción dinámica que se adapta a las experiencias y al entorno de cada persona.

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