Una mujer tras el Puente de Brooklyn
Por: María Alejandra Almenar
Fotos: Pixabay.
@colleccionado_puentes
El Puente de Brooklyn fue el puente colgante más largo del mundo para el momento de su inauguración en 1883 y el primero en usar cables de acero para su suspensión. Siendo un emblema de la ingeniería del siglo XIX y un símbolo de una de las ciudades más icónicas del mundo, une la isla de Manhattan con el condado de Brooklyn y probablemente, es el puente con mayor cantidad de apariciones en películas y shows de televisión.
Lo que pocos saben es que se mantiene ahí en pie, gracias a una mujer que venció muchas dificultades para que la construcción fuera un éxito.
Detrás de un buen puente, hay una mujer
En 1870, John Augustus Roebling inició la construcción del puente y al poco tiempo, se fracturó un pie cuando un ferry chocó contra el muelle. Le amputaron dos dedos y falleció de tétanos pocas semanas después. Su hijo, Washington Roebling le sucedió en la dirección de la construcción, pero gracias a sus trabajos en los pozos de cimentación del puente, adquirió el síndrome de descompresión o “enfermedad de los buzos”, recluyéndolo en cama por varios años.
Así, frustrado, Washington Roebling, miraba desde la ventana de su cuarto la construcción del puente, y le daba a su esposa -Emily Warren- las instrucciones que debían ser comunicadas al equipo de albañiles para continuar con el proyecto.
¿Pueden imaginarse a la Señora Roebling llevando y trayendo recados entre su esposo y los albañiles que, en unas condiciones deplorables, construían sin descanso un puente que cobró la vida de 27 personas en su levantamiento?
Sin duda debe haber sido una tarea titánica -en una época en la que las mujeres no tenían mando ni credibilidad-, dirigir una obra de semejante magnitud. Emily Warren Roebling aprendió de ingeniería, al mismo tiempo que aprendió a levantar la voz, hablarle con carácter a los trabajadores y a discutir con ellos porqué las ideas de su marido eran las que debían llevarse a cabo
Cuando el puente fue inaugurado en 1883, Emily fue la primera persona en cruzarlo.
Ni la primera ni la última
La historia de Emily Warren Roebling es como la de muchas mujeres que sin mayores recursos marcaron la historia del mundo. Cómo la historia de muchas esposas y madres detrás de grandes y pequeñas proezas que mantienen girando al planeta.
Como la historia de mi mamá, por ejemplo, y como la de muchas que se pudieran identificar con ella.
Y menciono a mi mamá, porque es ella la razón por la que el Puente de Brooklyn entra en esta colección.
Ella, detrás de todos mis puentes
Mi mamá estuvo en Nueva York cuando tenía 18 años.
38 años atrás fue con sus tías en un viaje de compras y para conocer la ciudad, tomaron un tour que las llevó cruzando el puente, en dirección a Brooklyn y que luego las paseó en ferry de noche, recorriendo el East River rodeando la Estatua de la Libertad
De un lado del puente, el barrio de Brooklyn. Ese con los tambores de basura encendidos como fogatas para darle calor a los indigentes que caminan en el frío de la noche. Del otro lado, Manhattan, con sus lujosos restaurantes, edificios y rascacielos. Y ahí en el medio, el puente que une los extremos sociales de una ciudad diversa.
Mi mamá iba con la ingenuidad de una niña de esa edad -y en aquella época- dejándose deslumbrar por las luces, los cambios y los contrastes en una experiencia que la marcó para siempre y que le dio la visión para educar a unos hijos que pensarán en un futuro de caminos abiertos.
La historia de Emily Warren Roebling seguramente algún día será llevada al cine, la de mi mamá, que también da para una película -o varias- podría un día contarla en un libro, pero para eso, todavía me falta cruzar varios puentes.
A la valentía de quien ha construido mucho más que un puente, mi Mariauxi Márquez y en ella, a todas las madres latinas que celebran este mes su día en el Reino Unido.

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