
El nuevo Reino Unido de Keir Starmer ya tiene bandera propia: la del endurecimiento migratorio. A partir de ahora, los extranjeros que sueñen con obtener la nacionalidad británica deberán esperar diez años de residencia legal, el doble de lo que se exigía hasta hoy. Sí, leíste bien: una década completa.
El primer ministro lo dijo sin titubear: “Vivir en este país es un privilegio que hay que ganar”. Y con esa frase, Starmer deja claro que su Gobierno quiere frenar lo que él mismo ha llamado una migración “descontrolada”. La medida se enmarca en un nuevo paquete de reformas que también incluirá controles más duros a estudiantes internacionales y nuevas restricciones al derecho de reunificación familiar.
¿Populismo o pragmatismo? ¿Es esta la nueva cara del laborismo británico? Lo que es seguro es que esta decisión marca un giro radical en la política migratoria del Reino Unido, alineándose con discursos que hasta hace poco eran exclusivos de la derecha más dura.
Mientras tanto, miles de inmigrantes legales que llevan años trabajando, pagando impuestos y construyendo una vida, se preguntan hoy si algún día serán aceptados como verdaderos británicos.
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