El cineasta mexicano Guillermo del Toro volvió a emocionar al mundo con su versión de Frankenstein, presentada en el Festival de Venecia 2025. Con su sello visual y poético, del Toro transforma la figura del monstruo en un espejo de la humanidad, la diferencia y la esperanza.
Del Toro es un prolífico productor y sin duda, la mente genial y única del cine contemporáneo mundial que comparte sus créditos con los cuatro o cinco más destacados directores y productores del celuloide de todos los tiempos. Su sello personal: el uso de imágenes de insectos, reliquias religiosas y escenarios subterráneos en sus películas le identifican en sus obras maestras.
Guillermo del Toro es, sin duda, el cineasta latinoamericano más influyente en el mundo actual. Su nombre se menciona junto al de maestros contemporáneos como Bong Joon-ho, Jane Campion o Martin Scorsese, pero su mirada parte de un lugar íntimo y profundamente latino: la fascinación por los monstruos, lo marginal y lo diferente.
Nacido en Guadalajara en 1964, del Toro creció rodeado de cómics, literatura fantástica y cine de terror clásico. Su infancia estuvo marcada por el catolicismo rígido, las historias de miedo y la obsesión por la creación de mundos imaginarios. Esa combinación lo llevó a desarrollar un estilo único en el que lo fantástico nunca es evasión, sino un lente para hablar de lo real: la violencia, la memoria, la injusticia o la soledad.
En este 2025, tras más de diez años de preparación, del Toro presentó en el Festival de Venecia su largamente esperado Frankenstein. La película, basada en la novela de Mary Shelley, recibió una ovación de 13 minutos, uno de los momentos más memorables de la edición número 82 del Festival. Para muchos, fue la consagración de un proyecto personal que había sido una obsesión desde su juventud.
Guillermo del Toro y su versión más humana de Frankenstein
El camino hacia Frankenstein no fue sencillo. El proyecto cambió de estudios varias veces, sufrió retrasos de producción y enfrentó dudas sobre su viabilidad. Pero del Toro nunca lo abandonó. Durante una década, trabajó en los guiones, los diseños de criaturas y la búsqueda del reparto adecuado.

La espera valió la pena: en Venecia, la película fue recibida como una obra mayor, capaz de dialogar con la tradición del cine de terror y, al mismo tiempo, con las preocupaciones contemporáneas.
En manos de del Toro, el monstruo de Shelley no es un simple ser aterrador, sino un espejo de la condición humana: una criatura marcada por la incomprensión, el rechazo y la necesidad de pertenencia. Su Frankenstein habla del dolor de ser distinto, del miedo al abandono y del poder de la empatía.
Como ya había hecho en El laberinto del fauno (2006) o La forma del agua (2017), el director mexicano vuelve a recordarnos que la fantasía es una herramienta de resistencia, capaz de iluminar lo que muchos prefieren ocultar.
Del Guadalajara natal a los grandes festivales del mundo
La trayectoria de del Toro es también la historia de un cineasta que supo cruzar fronteras sin perder sus raíces. Tras su debut con Cronos (1993), que ya anticipaba su interés por la inmortalidad y lo monstruoso, se trasladó a Estados Unidos, donde dirigió Mimic (1997).
Aunque la experiencia en Hollywood fue dura, le permitió aprender a negociar con la industria. Con El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), regresó a España y México para rodar historias profundamente ligadas a la memoria de la guerra y la infancia, consolidando su voz autoral.
En paralelo, trabajó en superproducciones como Blade II o Hellboy, que le dieron prestigio comercial. Pero su gran salto llegó con La forma del agua, con la que obtuvo el Óscar a Mejor Película y Mejor Director, en 2018. Ese reconocimiento lo colocó en la primera línea de la industria global sin abandonar su sello personal: un cine de monstruos que, en realidad, habla de nosotros.
La ovación en Venecia y el legado del cine latino
Que Frankenstein se haya estrenado en Venecia no es casualidad. El festival italiano, el más antiguo del mundo, se ha convertido en la plataforma ideal para películas que combinan riesgo artístico y proyección internacional. La ovación de 13 minutos que recibió del Toro no fue solo para la película, sino para una carrera que encarna lo mejor del cine contemporáneo: imaginación, compromiso y perseverancia.

En la Mostra convivieron nombres como Paolo Sorrentino, Kathryn Bigelow y Yorgos Lanthimos, pero fue del Toro quien se llevó el protagonismo. Su Frankenstein se convirtió en símbolo de un cine que no teme abrazar lo popular y lo poético, lo íntimo y lo espectacular.
Guillermo del Toro y Frankenstein: Un cineasta latino universal
Para el cine latinoamericano, la figura de Guillermo del Toro representa mucho más que un triunfo individual. Es la prueba de que se puede llegar al centro de la industria global sin renunciar a la identidad. Mientras muchos directores de la región luchan por levantar proyectos con presupuestos limitados, del Toro recuerda que el éxito también se construye con perseverancia y visión.
Hoy, Guillermo del Toro no es solo el director de moda en Venecia: es un cineasta latino que pone su arte al servicio de una forma distinta de ver el mundo. Desde su perspectiva, marcada por la memoria, la fantasía y lo marginal, logra darle al cine global un toque profundamente humano y culturalmente enraizado. Su voz no se limita a Hollywood ni a México: va más allá, cruzando fronteras y recordándonos que lo latino también puede ser universal.
Autor: Gustavo Portugal / Corresponsal Express News UK