Festividades con truco y leyenda

Por: Alejandro Ruiz Mulero

En la biblioteca del colegio donde trabajo, la bibliotecaria arrancó la decoración tétrica de Halloween, pero dejó las telarañas ya que, dijo, le servirán para la decoración navideña, porque parece nieve… En otra escala, esa reutilización de elementos suele pasar con celebraciones que se suelen creer únicas y aisladas en su desarrollo.

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A menudo, tienen su origen en celebraciones paganas agrícolas, como la Pascua Judía y por tanto, la Semana Santa Cristiana que coincidía con época de festejos por la recogida de la cosecha desde tiempo inmemorial. Halloween también es un refrito de tradiciones mucho más antiguas.

La celebración moderna es un invento estadounidense, pero basado en tradiciones que llevaron a América emigrantes irlandeses y escoceses a mediados del siglo XIX y estos, a su vez, las basaban en sus ancestros, los pueblos celtas que vivían en Irlanda y Gran Bretaña antes de que los romanos llegaran a estas islas. La fiesta celta (Samhain) también tenía origen agrario.

Así, las fiestas no hacen sino cambiar de disfraz y resignificar los motivos. A pesar de ser una fiesta pagana, como tantas otras tradiciones, se entremezcló posteriormente con el cristianismo con su unión con la Fiesta de Todos los Santos (1 de noviembre), de donde el nombre Halloween procede. La celebración tranquila, introspectiva, llena de religiosidad del Día de Todos los Santos y la del día siguiente, el Día de los Difuntos y Halloween, son dos caras de la misma moneda.

Una oportunidad para la contradicción

La necesidad de mostrar lo que se supone correcto y también, de vez en cuando, soltarse la melena o más bien, sacar la escoba voladora y dejar volar la imaginación en disfraces, dando rienda suelta a lo tabú y prohibido (algo similar al origen de los Carnavales) rienda que, al verla en algún disfraz de ahorcado, nos recuerda que vivimos atrapados en un rol en la sociedad.

Es como si al pensar en los difuntos por la festividad católica, se quisiera vivir muchas vidas a la vez, usando disfraces, y exaltando a monstruos, brujas, asesinos de películas y fantasmas, como un acto de rebeldía y quizá, buscar la inmortalidad que estos iconos de la tradición, -aunque sea con estigma negativo- tienen. Los alegres y sonoros matasuegras navideños / vestirse de Freddy Krugger con ganas de matar suegras, el gorro rojo de Santa Claus/sombreros de brujas manchados de sangre, barbas de Santa/máscaras de hombre lobo, etc.

Todo tiene su contrapunto y alusión macabra o bondadosa en medio de estas celebraciones. Un alumno, al entrar en la biblioteca, se escandalizó porque, argüía, que al ser un colegio de la iglesia anglicana, decorar la sala, esto era casi como vender el alma al diablo (supongo que volverá con una ristra de ajos colgando y crucifijos). Sin embargo, así como para muchos la Navidad ya no tiene ninguna significación religiosa, sino meramente comercial y de ganas de hacer fiesta, Halloween no es ninguna misa satánica, sino la tendencia a ser, por una noche, lo más políticamente incorrecto que se pueda.

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Un mero teatro para seguir avanzando en este teatro agridulce que es la vida. Cuando hace unos días vi una avalancha de jóvenes disfrazados de vampiros corriendo en un barrio londinense, me recordaron a la Navidad en Oxford Street, donde todo el mundo anda a todo gas, buscando las últimas compras. En enero, estos se acordarán a su vez de Halloween, al recibir un buen susto al ver el agujero que las compras compulsivas han hecho en su cuenta bancaria.

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